DÍA MUNDIAL DEL TEATRO 2012
Este 27 de marzo será un día muy especial para todos los artistas dedicados a las Artes Escénicas. Se cumplen cincuenta años desde que el Instituto Internacional de Teatro ITI-UNESCO instauró el Día Mundial del Teatro, promoviendo la difusión de un mensaje especial, escrito por una personalidad del mundo del teatro. Este año, el encargado es el gran actor John Malkovich, que suma su nombre a una lista en la que figuran, entre otros, Jean Cocteau, Laurence Olivier, Jean Luis Barrault, Eugene Ionesco, Antonio Gala, Pablo Neruda, Peter Brook, Vaclav Havel, Judi Dench y Arthur Miller.
En nuestro país, el encargado de redactar dicho mensaje será el prestigioso dramaturgo y director Alonso Alegría, autor de El cruce sobre el Niágara, premiada obra que se montó en 50 países.
A continuación, algunos mensajes redactados por distinguidas personalidades de nuestro medio.
MENSAJE POR EL DÍA MUNDIAL DEL TEATRO 2004
¡El teatro está vivo, que se levante el telón!
De pronto, como cosa de locos, circula el rumor de que el teatro ha muerto. Que junto con la pintura, la danza y la música contemporáneas están siendo enterrados, porque pertenecen a esa cultura caduca de un puñado de megalómanos que se niega aceptar que el nuevo hombre del siglo XXI es otro, gracias a la globalización y a la revolución informática.
El aviso de defunción, lo podemos comprobar, está implícito diariamente. La muerte civil de estas artes es anunciada todos los días en el periódico al no ocuparse de ellas. Los únicos comentarios serios que existen son para el cine (en buena hora). Para las otras seis artes… ni la mínima reflexión.
Ante ese rumor… hay que salir al frente. Aunque la batalla sea un desperdicio. Después de todo, el teatro ha nacido con el hombre y morirá con el hombre. Así es. Así será.
Sin embargo, a nosotros, gente de teatro, nos toca demostrar todo el tiempo que el arte está vivo, que el teatro está vivo. Tanto como la cultura a la que la banalidad pretende decapitar.
A nosotros, digo, porque somos quienes asumimos quizá mejor que nadie el valor de lo que hacemos, el sentido profundo que tiene el teatro, lo que significa para la sensibilidad, la comunicación, el juego, el disfrute y sobre todo, para el conocimiento del ser humano y su relación en sociedad.
No hay arte más completo que el teatro. No hay laboratorio más perfecto para examinar las pasiones del hombre, sus bondades y miserias, su trascendencia y su pequeñez. El teatro es esa realidad virtual que nos permite mirarnos desnudos en mente y corazón, esa realidad alternativa y paralela donde las relaciones de los reyes y los vasallos, los ricos y los pobres, los locos y los cuerdos, en fin… del hombre y la mujer y el mundo entero con todos sus matices, se vuelcan en el escenario de nuestro espíritu para entenderlas mejor. Para hacernos mejor.
Y si el teatro no estuviera vivo sino agonizante, es de nosotros la responsabilidad. A nosotros, gente de teatro, nos toca cuidarlo. Tratando de ser humildes y sabios, llevando al extremo nuestra disciplina, trabajando con esfuerzo y talento, considerando y agradeciendo al que viene a compartir con nosotros dos horas de su vida y no castigándolo con la suspensión de la función porque no vino más gente, considerando la puntualidad en las funciones no castigando al que vino temprano con su espera al remolón, escogiendo y entregando obras que involucren a los espectadores y no partiendo de “retos” narcisistas que nos gustaría interpretar. No regalando nuestro trabajo. Estudiando, analizando, confrontando, respetando nuestra profesión para exigir también ese respeto. No convirtiendo en soberbia nuestros aciertos ni dejándonos deslumbrar por un fulgor pasajero.
El teatro es nuestra riqueza, nuestro aporte a la historia de todos los tiempos, nuestra fe y nuestro lugar de redención. El teatro porque es una forma de docencia, un sacerdocio, una vitrina del comportamiento humano, nos exige una inmensa responsabilidad. Esa responsabilidad es nuestro equipaje que, aunque pesa, no podemos abandonar a la mitad del camino si queremos seguir andando.
Todo lo demás, es responsabilidad de los demás.
El teatro está vivo, porque nosotros estamos vivos. Y estamos aquí para defenderlo.
Y porque el teatro es sobre todo la fiesta del espíritu, ¡que se levante el telón!
JORGE CHIARELLA KRUGER
MENSAJE POR EL DÍA MUNDIAL DEL TEATRO 2005
Celebramos hoy el Día Mundial del Teatro
De ese teatro que ha sobrevivido a todas las angustias, los problemas, las diversas fases de la agitada vida del hombre. De ese teatro que ha sido en la historia testigo de todas las luchas del ser humano... Y que fue en una época de oscurantismo, en la que fanatismo religioso llevó a las mentes humanas hasta extremos en los cuales llegaron a decir que “el teatro era creación satánica y sus seguidores hijos del demonio... De ese teatro que también fue la luz magnífica de un renacimiento cultural que cambió al mundo, cuando surgieron los Calderón, Lope de Vega, Shakespeare, Racine, Molière y todas aquellas fabulosas inteligencias capaces de producir transformaciones culturales que hasta a los fanáticos religiosos sirvieron de modelo, inspiración y guía... De ese teatro que en nuestro amanecer republicano, el 31 de diciembre de 1824, encontró en un decreto del libertador don José de San Martín del digno rescate que merecía la profesión de “Artista”, cuando declaró que “no irrogaba infamia”, borrando todos los conceptos de un coloniaje vergonzante... De ese teatro que siguió luchando contra la ignorancia o la indiferencia de gobiernos, líderes y caciques políticos durante 140 años más y que a pesar de todos los prejuicios, estupideces y herencias medievales, dio a luz talentos como Manuel Ascencio Segura, Felipe Pardo y Aliaga, Leonidas Yerovi, Manuel Atanasio Fuentes, Francisco Flores Chinarro, Luis Enrique Márquez, y otros, enriqueciendo la cultura peruana... De ese teatro que de manera que hasta hoy no encuentra una lógica explicación por lo acostumbrado de su eterna postergación, se encuentra de pronto entre los años 1945-1946 con la inesperada creación de una Compañía Nacional de Comedias dependiente del Ministerio de Educación y considerada dentro del presupuesto nacional, gracias a la iniciativa de dos figuras del teatro español que llegaron con la Compañía de Margarita Xirgú, trayéndonos el mensaje del teatro de García Lorca y que decidieron quedarse en el Perú, como si quisieran reivindicar los destrozos culturales de la conquista: Edmundo Barbero, el primer director de la Compañía y de la Escuela Nacional de Arte Escénico, y Santiago Ontañon, gran escenógrafo forjador de muchas figuras ilustres de nuestro teatro nacional en esa especialidad pictórica... de ese teatro que recién el 8 de julio de 1964 merece que un gobierno como el de don Fernando Belaúnde Terry, se ocupe de él, promulgando la Ley 15087, que incorpora a los artistas a los beneficios del Seguro Social... De ese teatro que al fin, el 25 de julio de 1972, durante el Gobierno de Juan Velasco Alvarado, logra que este gobierno revolucionario promulgue la Ley del Artista - Decreto Ley 19479, que considera a los artistas como trabajadores otorgándonos derechos de vacaciones, tiempo de servicio y jubilación. Después de hacer este recorrido accidentado y confuso, llegamos al 18 de diciembre del 2003 en que la Ley 28131 es llamada “Ley del Artista Intérprete y Ejecutante” y en la que, gracias al empeño y al tesón de seres como César Urueta, nuestro hermano de ideales y de luchas y al apoyo invalorable de la ilustre congresista actriz Elvira de la Puente, y del Dr. Marcelino Matta, intérprete de la Ley, que nos guió por los vericuetos legales, se tiende un camino a través del cual podremos los teatristas llegar, por fin a lograr el reconocimiento merecido tantas veces postergado, el acceso a grados académicos. Y podría pensarse que hemos llegado al final de esta tortuosa senda reconocida en medio de crudos inviernos y también, por qué no reconocerlo, de bellas primaveras.
De ese teatro que ha sobrevivido a todas las angustias, los problemas, las diversas fases de la agitada vida del hombre. De ese teatro que ha sido en la historia testigo de todas las luchas del ser humano... Y que fue en una época de oscurantismo, en la que fanatismo religioso llevó a las mentes humanas hasta extremos en los cuales llegaron a decir que “el teatro era creación satánica y sus seguidores hijos del demonio... De ese teatro que también fue la luz magnífica de un renacimiento cultural que cambió al mundo, cuando surgieron los Calderón, Lope de Vega, Shakespeare, Racine, Molière y todas aquellas fabulosas inteligencias capaces de producir transformaciones culturales que hasta a los fanáticos religiosos sirvieron de modelo, inspiración y guía... De ese teatro que en nuestro amanecer republicano, el 31 de diciembre de 1824, encontró en un decreto del libertador don José de San Martín del digno rescate que merecía la profesión de “Artista”, cuando declaró que “no irrogaba infamia”, borrando todos los conceptos de un coloniaje vergonzante... De ese teatro que siguió luchando contra la ignorancia o la indiferencia de gobiernos, líderes y caciques políticos durante 140 años más y que a pesar de todos los prejuicios, estupideces y herencias medievales, dio a luz talentos como Manuel Ascencio Segura, Felipe Pardo y Aliaga, Leonidas Yerovi, Manuel Atanasio Fuentes, Francisco Flores Chinarro, Luis Enrique Márquez, y otros, enriqueciendo la cultura peruana... De ese teatro que de manera que hasta hoy no encuentra una lógica explicación por lo acostumbrado de su eterna postergación, se encuentra de pronto entre los años 1945-1946 con la inesperada creación de una Compañía Nacional de Comedias dependiente del Ministerio de Educación y considerada dentro del presupuesto nacional, gracias a la iniciativa de dos figuras del teatro español que llegaron con la Compañía de Margarita Xirgú, trayéndonos el mensaje del teatro de García Lorca y que decidieron quedarse en el Perú, como si quisieran reivindicar los destrozos culturales de la conquista: Edmundo Barbero, el primer director de la Compañía y de la Escuela Nacional de Arte Escénico, y Santiago Ontañon, gran escenógrafo forjador de muchas figuras ilustres de nuestro teatro nacional en esa especialidad pictórica... de ese teatro que recién el 8 de julio de 1964 merece que un gobierno como el de don Fernando Belaúnde Terry, se ocupe de él, promulgando la Ley 15087, que incorpora a los artistas a los beneficios del Seguro Social... De ese teatro que al fin, el 25 de julio de 1972, durante el Gobierno de Juan Velasco Alvarado, logra que este gobierno revolucionario promulgue la Ley del Artista - Decreto Ley 19479, que considera a los artistas como trabajadores otorgándonos derechos de vacaciones, tiempo de servicio y jubilación. Después de hacer este recorrido accidentado y confuso, llegamos al 18 de diciembre del 2003 en que la Ley 28131 es llamada “Ley del Artista Intérprete y Ejecutante” y en la que, gracias al empeño y al tesón de seres como César Urueta, nuestro hermano de ideales y de luchas y al apoyo invalorable de la ilustre congresista actriz Elvira de la Puente, y del Dr. Marcelino Matta, intérprete de la Ley, que nos guió por los vericuetos legales, se tiende un camino a través del cual podremos los teatristas llegar, por fin a lograr el reconocimiento merecido tantas veces postergado, el acceso a grados académicos. Y podría pensarse que hemos llegado al final de esta tortuosa senda reconocida en medio de crudos inviernos y también, por qué no reconocerlo, de bellas primaveras.
Pero no es así. Falta algo. Y algo que es quizá lo más importante de todo lo que es necesario dar y recibir en nuestra vida. Falta la Ley del Teatro. Una Ley que represente para autores, poetas y músicos teatrales, actrices y actores, directores, traspuntes y apuntadores, luminotécnicos y tramoyistas, y hasta boleteros y pintores de carteleras, un reconocimiento a su trabajo, a su inspiración, a su sacrificio en muchos casos.
Una ley que estimule al artista, que procure la creación de escuelas populares de teatro, que obligue a la superación del profesional y a la consagración del aficionado, que reconozca, en fin, los valores hasta hoy ignorados por toda la legislación peruana que ha sido siempre mezquina en cuanto a las enormes posibilidades culturales de la obra teatral en general. Falta esa Ley del Teatro por la que tendremos que seguir luchando. Ley en la que, además, deberán establecerse los deberes éticos, culturales, sociales y peruanistas de los que integramos la legión de caminantes de los escenarios. No podemos terminar este momento dedicado al recuerdo en nuestra celebración por el Día del Teatro, sin hacer un pedido, un reclamo, dedicado sobre todo a quienes, desde diversas trincheras de nuestro romántico e imaginario campo de batalla siguen y seguirán soñando con el aplauso, con las luces de las candilejas y los misterios de los telones, una invocación a todos nuestros hermanos compañeros del camino para que sobre todos los éxitos y los fracasos de la profesión, frente a todos los embates de la ignorancia, de los intereses políticos o sociales, dentro de lo que la vida ofrezca o niegue a nuestro trabajo, se mantenga -sobre todo y antes que todo- el respeto al teatro, a lo que él representa, a lo que nos ha hecho amarlo, a lo que es raíz y fuerza de nuestras vidas... Respetar el teatro es respetarnos a nosotros mismos y, con leyes o sin ellas, cada vez que un telón se levante en cualquier escenario del mundo, habrá un teatrista pisando esas tablas con la firmeza de quien sabe el valor de lo que representa. Celebremos nuestro día, respetando lo que somos y lo que podemos ser.
Una ley que estimule al artista, que procure la creación de escuelas populares de teatro, que obligue a la superación del profesional y a la consagración del aficionado, que reconozca, en fin, los valores hasta hoy ignorados por toda la legislación peruana que ha sido siempre mezquina en cuanto a las enormes posibilidades culturales de la obra teatral en general. Falta esa Ley del Teatro por la que tendremos que seguir luchando. Ley en la que, además, deberán establecerse los deberes éticos, culturales, sociales y peruanistas de los que integramos la legión de caminantes de los escenarios. No podemos terminar este momento dedicado al recuerdo en nuestra celebración por el Día del Teatro, sin hacer un pedido, un reclamo, dedicado sobre todo a quienes, desde diversas trincheras de nuestro romántico e imaginario campo de batalla siguen y seguirán soñando con el aplauso, con las luces de las candilejas y los misterios de los telones, una invocación a todos nuestros hermanos compañeros del camino para que sobre todos los éxitos y los fracasos de la profesión, frente a todos los embates de la ignorancia, de los intereses políticos o sociales, dentro de lo que la vida ofrezca o niegue a nuestro trabajo, se mantenga -sobre todo y antes que todo- el respeto al teatro, a lo que él representa, a lo que nos ha hecho amarlo, a lo que es raíz y fuerza de nuestras vidas... Respetar el teatro es respetarnos a nosotros mismos y, con leyes o sin ellas, cada vez que un telón se levante en cualquier escenario del mundo, habrá un teatrista pisando esas tablas con la firmeza de quien sabe el valor de lo que representa. Celebremos nuestro día, respetando lo que somos y lo que podemos ser.
ENRIQUE VICTORIA FERNÁNDEZ
MENSAJE POR EL DÍA MUNDIAL DEL TEATRO 2010
Celebremos pues el teatro, nuestro teatro.
CESAR DE MARÍA
Celebramos un año más el teatro, y en especial, nuestro teatro. Comparto con todos ustedes la fortuna de haber nacido en un país de gente generosa, solidaria, creativa y sensible; pero también en un país del que nos falta conocer mucho aun: ¿cómo somos, qué pensamos, qué creemos que pensamos, qué hacemos a pesar de lo que pensamos, qué tememos, a quién tememos, quién es el otro, qué comparto con él y qué me enfrenta a él, cuál es nuestra vida, cuál es la vida que soñamos? El teatro existe en la cultura humana porque está hecho de una materia especial que le permite entrar por los resquicios de nuestra mente y nuestro corazón para navegar entre convicciones y prejuicios, a través de sentimientos e impulsos, por la risa y la sonrisa, la amargura y el llanto, para ir ablandando lo que está muy duro y endureciendo lo que está demasiado blando, para aflojar los prejuicios, para reforzar las convicciones, para hacernos descubrir otras sutilezas de nuestros sentimientos, para ayudarnos a entender y dominar nuestros impulsos, para robarnos una sonrisa, para despertar nuestra risa, para hacer que la amargura pase y el llanto enseñe.
En los casi 40 años que llevo en esta profesión me ha tocado conocer a personas y grupos de teatro extraordinarios en todo el Perú. Autores y autoras que tercamente han abierto camino para contarnos historias de personas, de comunidades, de pueblos, de mujeres y hombres en los que nos reconocemos; directores y directoras que han tenido la visión y la fuerza de nuclear voluntades y proponerse nuevas formas de teatro, buscar nuevos públicos y nuevas maneras de vernos a nosotros mismos; grupos que han emprendido creaciones que nos llevan a descubrir lo que tenemos de diverso y cómo lo podemos compartir y mezclar y crear a través de ellos nuevas identidades y diversidades aun más ricas; actores y actrices que han entregado todo su esfuerzo y talento para encontrar nuevas maneras de tocar nuestra sensibilidad, nuevas formas de hacerse ausentes en el escenario para que el personaje se haga presente en nuestra imaginación. Diseñadores, productores, profesores, técnicos, promotores, estudiosos, en fin, todos ellos gente de mucho valor que se ha empeñado en construir lo que hoy llamamos nuestro teatro, ese teatro que cada día se hace en ciudades, en el campo, en escuelas, plazas, teatros formales y alternativos, carpas, casas y donde haya que hacerlo.
Celebremos pues el teatro, nuestro teatro.
ALFONSO SANTISTEVAN
MENSAJE POR EL DÍA MUNDIAL DEL TEATRO 2011
El mundo vive una avalancha de falsa riqueza.
La globalización y el consumismo nos han inducido a creer que poseer algún objeto lleno de leds es ser alguien en la vida, y a considerar más interesante a quien carga varios celulares que a quien lleva varios libros.
Con la muerte de los grandes ideales llegó el endiosamiento de las pequeñeces, de lo sobrevalorado, lo descartable, lo vacío. Y con eso llegó el desprecio a las ideas que exigen grandeza moral, llegó el permiso para hacer lo que convenga y no lo correcto, llegó la glorificación de lo bien hecho antes que del bien en sí mismo, llegó el sacrificio de aquello que nos hace pensar, en aras de la frivolización que solamente nos hace sentir. Ante este panorama, el teatro tuvo que asomarse al abismo y preguntarse si debe insistir en dar algo más que diversión, si debe arriesgarse a seguir pensando y proponiendo, si debe dejarse vencer por este mundo de oropel o enfrentarse a él, obligándolo a buscar lo superior, lo integrador, lo mejor de lo humano.
El mundo de hoy nos exige a los creadores teatrales preguntarnos, antes de crear, si queremos solamente dinero y sonrisas o si aspiramos a cuestionar, a construir o a al menos, a preguntar con profundidad. En nuestro país, bañado hoy por la falsa felicidad del consumo –tan parecido a la Europa de entreguerras y por tanto, tan poco auspicioso- es peligroso ser un artista que piensa, ya no porque uno pueda terminar preso o desaparecido sino porque puede acabar perdiendo la fama y la riqueza que el éxito implica. Porque el éxito, hoy, se mide por los dólares que se reciben y no por las propuestas que se dan. Pese a ello, las mujeres y hombres del teatro peruano se arriesgan todos los días. Arriesgan su comodidad y su dinero –en el único estado de América que no apoya masivamente al arte ni a la tecnología- poniendo en escena obras que dicen lo que ellos realmente quieren decir. Arriesgan su prestigio al buscar, aún en los escenarios más lujosos, hablar de justicia y de exclusión para mover el alma del país. Y arriesgan el amor de sus familias al dedicarse a esto y al pelear para que la figuración venga acompañada por un mínimo de pensamiento crítico que nos mantenga lejos de la sección Espectáculos y nos dé méritos para seguir en la sección cultural.
El Perú necesita que sigamos peleando juntos por la revaloración de las ideas, de la belleza y de la crítica social. El Perú necesita que insistamos en ser mejores y sobre todo que insistamos en hacer mejores a quienes nos siguen. Que divirtamos mientras cuestionamos, que retratemos lo nuestro con inteligencia y que volvamos a darle valor al pensamiento, confiados en que las ideas que el país usará para crecer nacerán de gente como nosotros, creadores tercos e insatisfechos que contamos, por fortuna, con el apoyo de nuestro público, que viene a darnos lo poco que tiene esperando que le devolvamos mucho más. Porque sabe que somos capaces de dar muchísimo. En nuestro Perú tan querido, donde todos somos pobres culturalmente, nos toca a los artistas exigirnos más ideas para que nuestro público se enriquezca, entendiendo por riqueza no las cosas que se meten al bolsillo sino las que nacen de la mente y se enraízan en el corazón.
CESAR DE MARÍA
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